Hasta hace unos meses, Donald Trump era sólo un
empresario exitoso más en los Estados Unidos, como los hay muchos. Se distinguía porque se dedica a
invertir en bienes raíces, por la importante localización de sus edificios, los
cuales la mayoría llevan su nombre y por salir en un programa televisivo, personificando
a un empresario que despide a sus empleados por el menor mal desempeño y sin
ninguna conciencia social.
De pronto, seguramente motivado por el pobre
desempeño de la mayoría de los líderes políticos de su país, de ambos partidos
mayoritarios y por tanto considerando sus empresas amenazadas, decide
convertirse, él mismo, en un político e inmediatamente se lanza como candidato
presidencial; eligiendo para su candidatura al Partido Republicano, pues es con
quien más se identifica. El Partido
Republicano es el partido de “derecha” de los Estados Unidos.
Todas sabemos que a nivel mundial y en los Estados
Unidos por supuesto, los partidos de derecha son los partidos con quién más
naturalmente se identifican los empresarios de cada país; pues es en estos
donde prevalece el pensamiento que son las empresas privadas las encargadas de
generar los empleos y no el gobierno.
Para lanzarse de candidato, la primera acción no
tradicional que hace, en contra de todas las recomendaciones de sus amigos
políticos, es no contratar a ninguna empresa tradicional para que le maneje su
campaña; pues decide proyectarse siendo él mismo, tal y como es en realidad y
no lo que los que especialistas en política pudieran recomendar.
La decisión anterior lo ha llevado a que durante
toda su campaña ha cometido una serie de errores que han estado a punto de
eliminarlo como contendiente, incluyendo una controversia con el papa
Francisco. Pero al final, el
público estadounidense ha decidido más premiar su autenticidad, que su
experiencia política; reconociendo, en su mayoría, que lo que necesita los
Estados Unidos es un nuevo y fresco liderazgo político, ya que los actuales
solo se han dedicado a buscar beneficios para ellos mismos; olvidándose de los
intereses de las personas que votaron por ellos.
De ahí que, en realidad, la primera gran decisión
que tomó Donald Trump es ser un político que dice y hace no lo que sus votantes
quieren oír o esperan que haga, sino ser un político transformador de la actual
clase política, de forma que estos dejen de aparentar lo que no son y permitan
que sus votantes conozcan quienes son en realidad. Sobretodo siendo cristalinos y dando a conocer la forma en
que piensan en todos los aspectos, incluyendo sus valores personales y familiares.
Los resultados están a la vista. Algunos lo odian y otros lo aman. Esta es la característica de los
transformadores de estructuras sociales y políticas.
La verdad es que, por el momento, su forma de ser lo
está llevando a ser el contendiente a la candidatura presidencial con mayor
número de votos en las elecciones primarias de los Estados Unidos e
indudablemente ha transformado ya la forma de hacer política en el futuro; no
solo en su país, sino el mundo entero.
¿Qué nos enseña Donald Trump a los salvadoreños? Cada uno tendrá que contestarse a sí
mismo, pues hay que reconocer que también tiene muchos defectos. Pero lo que sí es cierto es que su
éxito confirma que al igual que la mayoría de salvadoreños, los votantes
estadounidenses están cansados de los políticos tradicionales y demandan el
surgimiento de nuevos políticos que, al igual que Trump digan la verdad,
independientemente de los costos políticos involucrados y que no mientan,
sobretodo a ellos mismos.