El Papa Francisco nos acaba de mandar una señal muy
clara a todos los salvadoreños: pronto, Monseñor Romero será declarado santo.
Esto de “santo”, no muchos salvadoreños lo
comprendemos. La gran mayoría
piensa que solo los santos son los que se salvan de ir al infierno. Otros creen que solo los que la Iglesia
católica declara “santos”, son los que se van al cielo. Nada más alejado de la realidad.
La verdad es que, no solo son santos los que la Iglesia católica declara santos, sino todos los que se van al cielo. Pero, la Iglesia católica, no pudiendo
conocer aquí en la tierra la justicia divina, en muy pocos casos se ha atrevido,
a través de su historia, a proclamar a una persona “santo o santa”; lo que significa
que no hay “ninguna duda” que se ha ido al cielo, pues a lo largo de toda su
vida ha demostrado un comportamiento digno de Dios.
En otras palabras, la proclamación de Monseñor
Romero como “santo” la debemos de analizar detenidamente, pues eso significa que
no existe ninguna duda que él está en el cielo y que todo lo que hizo o dijo
durante toda su vida, debe llevarnos a reflexión y comprender que ese es el
camino que Dios quiere que sigamos; como nación que lo vio nacer y como
personas en lo individual.
De sobra esta dicho lo que Monseñor Romero
predicaba. Sobretodo, lo que
resalta es su preferencia hacia la democracia, como el sistema político más
justo y el amor que debemos tener por los más necesitados; tal y como nos
enseñó nuestro Señor Jesucristo.
La preferencia de Monseñor Romero por la democracia
y su predilección por los pobres, es quizás más conocida fuera de nuestras fronteras,
que localmente. “Romero”, como se
le conoce en el mundo, es ya un estandarte de ejemplo a seguir en muchos países
y sus homilías constituyen textos de estudio en muchas universidades
prestigiosas de la mayoría de países con democracias más avanzadas que la
nuestra.
En nuestro país, debido a la polarización que desgraciadamente
se ha acentuado en los últimos años, lamentablemente su mensaje se ha
distorsionado durante los años y muchos tratan de politizarlo para su propio
beneficio.
Sin embargo, al ahora proclamarlo santo, el mensaje
que el santo papa está pretendiendo enviar a todos los países del mundo y
especialmente a El Salvador, es que replanteen el rumbo que están siguiendo y
reconozcan que el sistema político más adecuado es el de la democracia, versus
el totalitarismo. Pero más que
eso, que la democracia no se debe definir como únicamente el que existan elecciones,
muchas veces amañadas por las cúpulas de poder, sino que como enfatiza Monseñor
Romero, que los gobiernos democráticamente elegidos, sean solidarios con los
más necesitados y esta sea su mayor fuerza de motivación.
Al ahora prepararnos, como país y con orgullo, para
celebrar el nombramiento de nuestro primer “mártir” y “santo” salvadoreño. Quiera Dios que las autoridades encargadas y todos los
funcionarios de gobierno, presentes y anteriores, no se olviden que Monseñor
Romero es de todos y que las celebraciones sean motivo, no para dividirnos más,
sino para festejar lo que Monseñor Romero más predicaba y deseaba y que es un
El Salvador donde no exista la polarización entre los distintos sectores
políticos y un país donde para todos, ricos y no tan ricos, funcionarios públicos
y partidos políticos, su mayor motivación sea el de compartir algo de lo que
Dios nos ha dado, con aquellos que han sido menos favorecidos.
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