El mundo estuvo perplejo ante un presidente de
Venezuela, Nicolás Maduro, aceptando la derrota del Socialismo del Siglo XXI.
Ante la oportuna manifestación de las fuerzas
armadas, expresada unos minutos antes por el ministro de la Defensa Nacional y
tratando de prevenir un desenlace no democrático, al presidente Maduro no le
quedó otra opción más que aceptar que sus propuestas no solucionan los grandes
problemas que aquejan a Venezuela y que sobretodo comprendiendo la realidad de
lo que días antes había ocurrido en Argentina, con el triunfo del gobierno de
derecha de Mauricio Macri; muy poco convenía hacer algo para negar los
resultados en las urnas.
Llama la atención que si bien el presidente Maduro aceptó
los resultados, como todo gobierno democrático debe hacer, en ningún momento se
hizo responsable del claro mensaje del pueblo venezolano expresándole el descalabro
económico y social por el que está pasando y lo que hizo fue aprovechar el
momento para seguir sembrando discordia; que es lo que caracteriza a todos los
gobiernos de corte del Socialismo del Siglo XXI y que es lo mismo que unos días
después hizo la saliente presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner,
al oponerse a asistir al traspaso de mando de su sucesor y ganador de las
elecciones.
Si bien el presidente Maduro aceptó los resultados
de las elecciones, lo que no ha hecho es aceptar el mensaje conciliatorio
expresado por todos los venezolanos y cuyo gesto más ejemplificador sería el de
liberar los presos políticos; lo cual es ya además una exigencia a nivel
internacional.
Ante tanta expectativa, lo más importante que los
ganadores de Argentina y Venezuela deben de realizar es que quizás, hasta
ahora, lo que han hecho es lo relativamente más fácil y que es ganar las
elecciones. A partir del gane
viene lo más difícil e importante y que es el de responderle a sus votantes con
hechos concretos y evidentes, que lo que más le interesa a los líderes de los
partidos o coaliciones políticas que han ganado, no son sus propios intereses o
el deseo de adquirir poder personal o más dinero; sino el de representar los
intereses de los más necesitados, tal y como ha sido su compromiso de campaña,
de forma que Latinoamérica, como un todo, pueda comenzar a tener esperanza en
obtener un pleno desarrollo como región y el que en la mayoría de países, las
nuevas generaciones puedan aspirar a obtener una mejor calidad de empleo que el
de sus padres.
De ahí que, la oposición de Venezuela, representada
en la Mesa de la Unidad Democrática y el gobierno del nuevo presidente de
Argentina, Mauricio Macri, tienen una enorme responsabilidad, no solo con sus
propios pueblos, sino con el resto de los países Latinoamericanos; pues ambos
representan la esperanza a seguir por los países como el nuestro y donde puedan
darse los cambios democráticos necesarios para que el bienestar económico y
social y sobretodo la paz y la concordia, siempre imperen en el corazón de la
mayoría de sus ciudadanos.