En un mundo y país tan convulsionados como en el
que estamos, el Papa Francisco ha querido recordarnos que todos somos hermanos,
hijos de Dios y declarar a partir del próximo 8 de Diciembre, día en que se
celebra la Inmaculada Concepción, la apertura del “Jubileo Extraordinario de la
Misericordia”. Para enfatizar el amor
individual que Dios nos tiene a cada uno y su inmensa misericordia para
perdonar cualquier ofensa que le hayamos hecho.
Según el glosario del Catecismo de la Iglesia
Católica, misericordia significa: “la generosidad, compasión o tolerancia que
alguien tiene con una persona que le ha ofendido”. El mismo catecismo nos recuerda que: “el amor practica el
bien y la corrección fraterna, es benevolencia; suscita la reciprocidad; es
siempre desinteresado y generoso; es amistad, comunión… y tiene por frutos el
gozo, la paz y la misericordia”.
En su carta de convocatoria, el Papa introduce que
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”, que “quién lo ve a Él,
ve al padre” (Juan 14,9) y que “Jesús de Nazareth con su Palabra, con sus
gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios”.
Misericordia, nos dice el Papa, “es la ley
fundamental que habita en el corazón de la persona cuando mira con ojos
sinceros al hermano que encuentra en la vida. Misericordia: es la vía que une a Dios y el hombre, porque
abre el corazón a la esperanza de ser amado para siempre, no obstante el límite
de nuestro pecado… y que hay momentos en los que de un modo más intenso estamos
llamados a tener la mirada fija en la misericordia, para poder también nosotros
mismos ser signo eficaz del obrar del Padre”.
“Cuantas situaciones de precariedad y sufrimiento
existen en el mundo de hoy!” nos recuerda el Papa en su carta convocatoria, invitándonos
a que, cuando menos, el año santo debe servirnos para buscar el silencio del
alma adecuado para que cada uno, desde su puesto de mucha o poca responsabilidad
pueda escuchar la Palabra de Dios que dice: “Sean misericordiosos, como el
Padre de ustedes es misericordioso” (Lucas 6, 36).
Quizás, inclusive, lo que a muchos salvadoreños el
Papa quiere recordarnos es que Dios sí existe y que es por esta “ausencia” de
Dios en los corazones, que estamos pasando por los momentos en que
estamos. Cada vez más existe una
tendencia a querer “apartar” a Dios de las actividades políticas y de gobierno y
tratar de no reconocer su amor y misericordia en nuestro diario vivir;
queriendo atribuir todo a nuestra propia iniciativa o fruto de la de alguien
más y solo acordándonos de Él para “el protocolo festivo”.
Nuestro país necesita una gran dosis de misericordia
y no podemos sentir la necesidad de darla si no nos consideramos necesitados de
la misma misericordia de Dios. Para
esto, lo que debemos de comenzar es a practicarla en todas las instancias
políticas, económicas y sociales y con aquellas prácticas que el mismo Jesús
nos enseño y que son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento,
vestir al desnudo, acoger al forastero; asistir a los enfermos, visitar a los
presos y enterrar a los muertos.
Sin olvidar las obras de misericordia espirituales,
que son: corregir al que se
equivoca, consolar al triste, perdonar al que nos ofende; soportar con
paciencia los que nos caen mal y rogar a Dios por los vivos y los difuntos.
El Papa termina diciéndonos en su carta: “No
olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas,
seremos juzgados en el amor”.
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