El próximo primero de Junio comenzará un nuevo
gobierno. No es el propósito hacer
una evaluación del actual, pues será la historia la encargada de esto. Sin embargo, la realidad es que para
algunos habrá sido bueno, para otros malo, para otros pésimo y otros quizás hasta
van a llorar porque termina. Sin
embargo, de lo que todos los salvadoreños debemos estar felices es de esto: de que
termina, pues de eso se trata la democracia; que cada cinco años, el país pueda
tener la oportunidad de un nuevo rumbo, independientemente de cómo el gobierno
saliente se haya desempeñado.
Afortunadamente, a pesar de solo haber ganado por
menos de siete mil votos, el actual presidente electo ha comenzado a hacer lo
más importante y que es generar expectativas de tolerancia, comprensión y
compromiso hacia las personas que no votaron por él. Esto lo ha hecho a base de iniciar distintos diálogos con
los sectores más importantes de la vida política, social y económica y reconociendo
que sin el apoyo de estos, ningún gobierno puede pretender gozar de la
capacidad necesaria, como para poder ayudar a los más necesitados; que es lo
que todo buen presidente pretende.
Hasta el momento, todas las mesas de diálogo han
coincidido que el principal problema a resolver es el bajo crecimiento
económico. Todos los salvadoreños
aceptan que si la economía no vuelve a crecer a niveles de cuatro por ciento o
más por año, difícilmente el gobierno entrante va a poder dejar de afrontar un
caos que afectaría a todos los salvadoreños; quizás hasta de forma
irreversible.
En el pasado, las razones del bajo crecimiento se han
buscado de acuerdo a la óptica de los gobiernos de turno, sobretodo buscando “chivos
expiatorios” que carguen con las consecuencias y permitiendo que el verdadero
problema siga sin atenderse y que es que, los Acuerdos de Paz firmados en 1992,
no generaron los acuerdos necesarios como para que no solo se callaran las
armas, sino que también evitaran que la guerra se trasladara al campo político;
volviendo a la Asamblea Legislativa el campo de batalla y donde todo se ha
permitido, tal y como ocurre en las guerras; reconociendo que lo importante es “ganar”
o “mantener” el poder, que es lo mismo que se buscaba antes de la firma de los
acuerdos.
Luego, por más diálogos que se quieran tener, estos
no pueden volverse productivos si no se reconoce que lo primero que se debe
acordar, con el presidente electo, es que la única forma de solucionar los
problemas del país es que su riqueza crezca a un ritmo mayor de lo que crece su
población y que para eso, la condición mínima que hay que acordar es que esto
solo puede ser posible en un estado donde los máximos representantes del
gobierno respeten y defiendan la institucionalidad democrática constitucional y
dejen de, más bien, buscar y/o promover la forma de cómo sacar provecho de la
misma, en busca de beneficios partidarios o personales.
De nada sirve dialogar si no hay acuerdos
comprometedores. Los más
importantes deben ser: a) el respeto a la institucionalidad democrática constitucional
y b) el estar claros que el déficit fiscal solo podrá eliminarse si hay un
crecimiento económico sostenible en el tiempo y que no hay que buscar más
endeudamientos, si no es para proyectos específicos de desarrollo; pero con la
condición que el gobierno no incremente sus gastos y más bien los disminuya.
Los diálogos son productivos pero, en realidad, lo
que urge el país no es diálogo, diálogo y más diálogo; sino más bien, acuerdos,
acuerdos y más acuerdos.
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