El pasado diez de febrero, el entonces Papa
Benedicto XVI sorprendió al mundo anunciando su dimisión. En su carta de renuncia manifiesta
literalmente que: “he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no
tengo fuerzas para ejercer el adecuadamente el Ministerio Petrino”.
Desde entonces, cientos de teorías se han especulado
sobre la verdadera razón de su dimisión.
La mayoría de ellas tienen innumerables argumentos apocalípticos, sin
querer comprender la más sencilla, que es que el Papa es el “vicario de
Jesucristo” y una de las realidades esenciales que Jesucristo nos vino a
enseñar, en su breve paso sobre la tierra, es que Él es “La Verdad” y la
mentira es contraria a su razón de ser; por lo que el Papa no puede mentir y
por tanto no puede existir otra razón de su renuncia, más que la expresada por
él mismo; tenga esta las
consecuencias que tenga. En el
largo plazo, Benedicto XVI sabe que decir la verdad es siempre lo mejor para cualquier
comunidad de personas; sea esta el mundo, un país, una ciudad o la misma
familia y aún, un grupo de amigos.
Contario a la primera lección que Benedicto XVI nos
quiso dar, que es: “no mentir”. En la realidad imperante del mundo político de
hoy, pareciera que esta se ha ido despreciando, pues cada vez se cree menos que
el no mentir puede traer algún beneficio para el que lo hace y más bien se está
llegando a pensar que el mejor político es aquel que “puede mentir”, o sea aquel
que tiene la habilidad de que la mayoría de las personas le crean, aunque sabe
que está mintiendo.
Por su gran inteligencia y sabiduría, es seguro que
Benedicto XVI sabía que el decir la verdad iba a generar enormes problemas en
el corto plazo, tal como ha sucedido.
También es seguro que él sabe que, decir la verdad es la única forma de
generar “bienestar y paz” en el largo plazo y que si todos nos acostumbráramos
a siempre decir la verdad, el mundo sería un mejor lugar para convivir y al
igual que Jesucristo, prefirió absorber las consecuencias del corto plazo;
seguro que es lo que mejor le conviene a las generaciones futuras, no solo de
la Iglesia Católica, sino del mundo entero.
Con su siguiente decisión nos dio la segunda
lección: “nadie debe considerarse insustituible” y es así como decide poner a
disposición el cargo más importante de este mundo, para que su sucesor sea
elegido en menos de sesenta días. Esto contrasta con la mayoría de los líderes políticos
actuales, los cuales entre más tiempo tienen de ejercer sus cargos, ellos
mismos llegan a convencerse que no existe otra persona suficientemente
“preparada” para sustituirlos y terminan convencidos que lo mejor que puede
ocurrirle a sus gobernados es: “que continúen en el cargo indefinidamente” o
hasta que otra persona pueda “prepararse”.
“He llegado a la certeza” nos dice Benedicto XVI en
su razonamiento para dimitir. Al
hacer esta afirmación, la tercera lección que quiere dar a todos los líderes
del mundo es que, en un momento dado: “cada dirigente debe preguntarse a sí
mismo y sobretodo a Dios, si conviene que continúe como dirigente”, pues esa
“certeza” de la que habla Benedicto XVI solo puede venir de una consulta con Dios
mismo y Dios es algo que la mayoría de los líderes actuales ha dejado de tomar
en cuenta, en sus decisiones diarias.
“En Dios confiamos” reza en los billetes de una de
las monedas más importantes del planeta y Benedicto XVI, con su renuncia, nos
lo recuerda.
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