El 7 de Octubre de 1571 se libró una batalla
decisiva en el Golfo de Corinto, frente a lo que ahora se llama Grecia. Se enfrentaron en ella la armada del Imperio
otomano, contra una coalición cristiana llamada Liga Santa.
Muy lejos de ahí, en Roma, el Papa Pío V comprendió
la importancia de lo que ahí se iba a librar y fue así como, meses antes,
encomendó a todos los cristianos del mundo rezar el Santo Rosario; para que la
Virgen María intercediera en favor de los combatientes que estaban defendiendo
los principios “buenos”. Los
cristianos resultaron vencedores y se frenó así el expansionismo turco.
En la misma fecha en que se estaba librando dicha
batalla, el Papa tuvo una visión y entrando en santo éxtasis vio que la batalla
se había ganado. No fue sino hasta
el siguiente 22 de Octubre, que las noticias del triunfo llegaron a Roma y
desde entonces, en todos los lugares donde se aclama dicha batalla se acuña la
frase: “Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del
Rosario es la que nos dio la victoria”.
La historia es testigo que el resurgimiento del mundo occidental, con
todo lo “bueno” de que actualmente gozamos, comenzó con la victoria en la
batalla de Lepanto.
En Octubre de 1942, el Papa Pío XII consagró el
mundo al Inmaculado Corazón de María y en Mayo de 1945, terminó la Segunda
Guerra Mundial. En 1952, el mismo
Papa consagró, nuevamente, el mundo al Inmaculado Corazón de María, en pleno
furor de la guerra de Corea y la paz se firmó, pocos meses después, en Julio de
1953.
En 1982, en su visita a Fátima, lugar en que en 1917
la Virgen María se le apareció a tres humildes pastorcitos, el Papa Juan Pablo
II manifestó que, en ese momento, se estaban afrontando: “amenazas cada vez mas
preocupantes, casi apocalípticas, a los países y la humanidad entera” y volvió
a consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María. De todos es conocido que, en 1989, el muro de Berlín fue derrumbado
por los nietos de las mismas personas que habían idolatrado el sistema
comunista; comprendiendo que no sustentaba los principios elementales de
igualdad, libertad, fraternidad y democracia, que promulgaba.
El pasado 13 de Octubre, el Papa Francisco volvió a
consagrar el mundo al Inmaculado Corazón de María. No existiendo actualmente una guerra de grandes magnitudes,
como las que existían cuando los papas anteriores consagraron el mundo al
Inmaculado Corazón de María, resulta particularmente interesante preguntarnos:
¿cuál pudiera ser la guerra que el Papa está visualizando en el mundo actual? y
¿qué lo hizo considerar que era necesario una nueva consagración?
La respuesta nos la da el Papa en su homilía de la
misa de consagración y la cual es de mucha actualidad en nuestro país, a raíz
de las próximas elecciones de presidente.
El Papa parece estar preocupado por una lucha entre el “bien” y el “mal”,
la cual está dividiendo al núcleo de la sociedad misma, que es la familia y por
ende menoscabando los principios éticos y morales de la institucionalidad democrática
de muchos países; especialmente de Latinoamérica.
Lejos ha quedado la realidad en que el mundo se dividía
entre ideologías políticas de izquierda o de derecha. Lejos ha quedado la realidad que las izquierdas estaban representadas
y auspiciadas por el gobierno comunista y ateo de Rusia y al cual, en Marzo de
1983, meses después de la consagración por parte del Papa Juan Pablo II, el entonces
presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, se atrevió a llamarle: “el imperio
del mal”.
La guerra por la que ahora el Papa Francisco parece
estar preocupado no es entre ejércitos.
Lo que aparentemente le preocupa es una “guerra” mucho más destructora, más
sutil y más confusa y que es entre personas que buscan el “bien” y las que buscan
el “mal” y que ahora se esconden en ambas ideologías de izquierda y derecha; colaborando
entre sí, para obtener el poder absoluto.
Al comprender la reciente consagración hecha por el
Papa, lo que los salvadoreños debemos hacer, el próximo mes de Febrero, es saber
determinar quién de los candidatos representa el “bien” y quién el “mal”.
“¿Cuántas veces decimos, gracias?” nos pregunta el
Papa y eso mismo debemos tomar en cuenta al momento de emitir nuestro voto. Debemos dárselo a aquel que
verdaderamente agradece la oportunidad de servir; no a sus propios intereses,
sino a los de nuestra querida patria.
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