Es interesante tratar de comprender el,
aparentemente, reciente conflicto de la Isla Conejo, enmarcado en lo que esto
significa en cuanto al retrazo económico, social y cultural de Centroamérica.
Se dice que cuando dos personas ya no pueden
sostener sus argumentos, es cuando se comienzan a “gritar” y en el caso de las
naciones, cuando se empieza a contar con cuantos aviones se cuenta; pues lo
único que queda es el grito y la violencia, para tratar de hacer prevalecer los
argumentos.
Todos conocen que la Isla Conejo se llama así, pues
así se le llamó a la dinastía de reyes más importante del reino de Copán, cuyo
territorio se extendía sobre lo que ahora se conoce como los países de
Guatemala, Honduras, El Salvador y parte de Nicaragua y cuyo apogeo duró más de
cuatrocientos años; durante, más o menos, los años 400 a 800 d.c.
Durante este período, su riqueza y cultura fue
espectacular y todavía los actuales historiadores tratan de comprender las
razones de este tremendo bienestar; del cual gozaban no solo sus dirigentes,
sino todos sus habitantes.
Gozando de este gran bienestar y por pura codicia personal
de alguien, en el año 738 d.c., el entonces rey de la provincia de Quiriguá,
norte de Honduras, decidió independizarse y comenzar un nuevo reino; prometiendo
un “más y mejor” bienestar. Es
desde entonces que el floreciente reino de Copán comenzó a declinar y dividirse
cada vez más; hasta llegar a empobrecer a la mayoría de sus habitantes, que ahora
son los ciudadanos de Guatemala, Honduras, El Salvador y parte Nicaragua.
Desde mediados de la pasada década de los setenta,
en uno de los institutos superiores más prestigiosos de administración de
empresas de la región, con sede en Nicaragua, una de las materias que se
enseñaba a sus estudiantes se llamaba “Centroamérica 2000”. En ella lo que se inculcaba,
básicamente y tratando de influir en los futuros líderes empresariales y
políticos que pasaban por sus aulas, era que: si para el año 2000 Centroamérica
no se había unido, era muy difícil que los distintos países centroamericanos
pudieran alcanzar el desarrollo económico y social, que todos necesitaban.
La razón que se explicaba y de nuevo simplistamente,
es que las economías individuales de cada país eran demasiado pequeñas y dependientes
entre sí; lo cual hacía imposible buscar el desarrollo necesario, compitiendo a
nivel mundial, si no se hacía aprovechando la ventajas de cada país,
poniéndolas al servicio de aquellos que carecían de las mismas.
De todos es conocido lo que sucedió a nivel
centroamericano desde entonces. La
revolución sandinista, de finales de los setenta, rompió con cualquier
intención centroamericanista y más bien Nicaragua pretendió buscar su propio desarrollo
en una alianza con Rusia. Luego,
en los inicios de la década de los ochenta, El Salvador tuvo que enfrentar la peor
crisis política de su historia y saliendo de esta, durante la década de los
noventa consideró que era suficientemente “independiente” y decidiendo
menospreciar la ayuda que los otros países hermanos representaban, El Salvador optó
por incursionar en el resto del mundo; considerando que cualquier intento
integracionista era solo una pérdida de tiempo.
Es de lamentar que hoy, casi cuarenta años después,
todavía muy pocos de los actuales políticos de la región no comprenden esta
realidad y Centroamérica no solo no se ha unido, sino que todavía sigue
tratando de dividirse más y pensando que: “esta isla es mía o esta es tuya”,
tal y como, desgraciadamente, comenzaron a dividirse los líderes del antiguo
imperio de Copán, hace más de 1200 años y lo cual es una de las consecuencias
que todavía estamos sufriendo.
Ante el conflicto de la Isla Conejo, lo que
conviene no es comenzar una carrera armamentista y tener esto como excusa para comprar
más aviones, sino agotar los modernos canales diplomáticos que existen para
dirimir límites territoriales. Por
sobretodo, recordar que los centroamericanos somos un solo pueblo hermano y que
lo que procede es, más bien, ayudarnos entre sí para aprovechar las ventajas de
uno, para disminuir las desventajas del otro y que en cualquier solución que se
logre; lo principal es que los pueblos de ambos países salgan ganando, no sus actuales
dirigentes.
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