Por siempre, cualquier sociedad o “grupo de personas” y sobretodo los
países desarrollados, han podido triunfar debido a una única razón. Esta es, que han podido respetar ciertas
normas o “leyes”, las cuales sirven para garantizar el “orden” y que todos los
miembros sepan cuales son las “reglas del juego” y pueda existir una “convivencia
pacífica”; la cual permita buscar el “bien común”.
El solo hecho de establecer unas “reglas del juego”, obliga a la
existencia de una persona o entidad que vele porque todo se cumpla según lo
acordado o para que se entienda mejor, un “árbitro”. En nuestro país, este “árbitro” es la Corte Suprema de
Justicia, quien a su vez cumple su función distribuyendo su responsabilidad en varias
“Salas” o grupos de personas encargadas de áreas específicas; siendo la Sala de
lo Constitucional el “árbitro principal”, pues es la que se encarga de
determinar si algo no está de acuerdo a la Constitución de la República. Para entenderlo mejor, esto es lo mismo
que ocurre en cualquier deporte y donde no existe solo “un” árbitro, sino “varios”
árbitros; con distintas atribuciones.
Ningún deporte se podría jugar sin un árbitro. En el caso que los salvadoreños conocemos
más, que es el fútbol, podríamos preguntarnos: ¿Que pasaría si el árbitro se
pone de acuerdo con uno de los equipos, para pitar en contra del otro y perjudicarlo? Lo más seguro es que, con el pasar del
tiempo, el público se daría cuenta y comenzaría a exigir que se pare el juego o
se le sustituya; propiciando una confrontación entre los simpatizantes de ambos
equipos.
Como otra variante: ¿Qué pasaría si uno de los árbitros de línea
comienza a cuestionar las decisiones del árbitro principal y tomando su propio
criterio, decide mejor pitar, él mismo, las faltas del juego? De nuevo, la respuesta es obvia y para
todos aquellos que, aunque sea un poco, entendemos de fútbol, las consecuencias
serían igual de dañinas que en el caso anterior y todos los involucrados
terminarían completamente a disgusto; lo que haría que el juego se suspenda,
armándose un caos.
Algo similar es lo que está ocurriendo desde Junio de 2011 en
nuestro querido país, desde que el “árbitro principal” o sea la Sala de lo
Constitucional decidió jugar su verdadero papel democrático y lo cual
últimamente ha desencadenado, como consecuencia, el aparente desacuerdo entre
la Sala de lo Constitucional y la Sala de lo Contencioso Administrativo o sea; un
desacuerdo entre uno y otro “árbitro”.
De sobra se ha comentado
sobre los aspectos jurídicos de esta confrontación y lo cual, inclusive, ha
obligado al Arzobispo de San Salvador a tomar posición en el asunto, pues dada
la gravedad de las consecuencias, su responsabilidad es orientar a la
ciudadanía hacia la verdad.
Mientras esta discusión continua, la realidad social es que los
que están sufriendo las consecuencias es el “público” o sea todos los
salvadoreños; pues el país se encuentra “a la deriva” y por tanto la generación
de nuevos empleos, que es la variable social más importante, se ha estancado.
De ahí que, lo que se debiera procurar es que “todos los árbitros”
o sea todos los magistrados de la CSJ, debieran reunirse a evaluar las consecuencias
sociales que sus desacuerdos están teniendo y comprendiendo que: “Donde reina
el amor, sobran la leyes”, como dijo Platón; concluyan que lo que nuestro país
necesita es “más y mejores empleos” y estos solo pueden generarse si existe una
“seguridad jurídica”; que en este caso es el apego a respetar las decisiones del
“árbitro principal” o sea la Sala de lo Constitucional. Nos parezca o no nos parezca... como en
el fútbol.
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