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Canonización de Monseñor Romero

sábado, 26 de enero de 2013

Un acuerdo, dos celebraciones


Para más del cuarenta por ciento de los salvadoreños que van a votar el próximo 2014, los Acuerdos de Paz, firmados en 1992, solo forman “parte de la historia”, pues o no habían nacido cuando se firmaron o estaban muy pequeños como para recordarlo.   

Muchos de ellos no saben ni que representan, ya que la “paz” todavía no ha llegado a sus hogares, pues su realidad es que, todavía, se encuentran “secuestrados” en sus propias colonias, debido al problema de las Maras y el desempleo.  Inclusive, la gran mayoría piensa que los únicos interesados en seguir conmemorándolos son los actuales funcionarios de gobierno o dirigentes políticos, ya que en gran parte son los mismos que figuraban allá en 1992, solo que hoy en distintas posiciones.
 
Para los que no vivieron la historia que conlleva a este magno evento de la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, es importante recalcar que para muchos de los salvadoreños comunes y trabajadores que vivieron los estragos de la guerra de la década de los ochenta, estos acuerdos son solo “un poco” menos importantes que la propia fecha de nuestra independencia; pues al igual que en 1821, “nuestra Nación” no tenía ninguna viabilidad de seguir existiendo, sino es que las partes directamente involucradas resuelven el conflicto; en beneficio de los nacidos en esta bendita tierra.

Por tanto, la pregunta es: ¿Porqué es que, 21 años después, la gran mayoría de dirigentes políticos no pueden tan siquiera celebrar juntos este acontecimiento y aceptar que ya no existen “dos partes”, sino que solo somos “una sola parte”? que es, al final, el gran objetivo de los acuerdos; pues estos fueron estructurados para que fuera esta “nueva realidad”, quien se encargara de construir, como una sola “parte” y no como a cada “parte” más le pareciera o pudiera, una sociedad eminentemente democrática y sobretodo respetuosa del marco constitucional bajo el cual los acuerdos fueron firmados.

La respuesta la podemos encontrar en la “desconfianza”, la cual no fue superada con los Acuerdos y tampoco ha sido superada después de estos más de 21 años.  La razón principal de esto la pudiéramos atribuir a que no es sino hasta el año 2009, cuando el pueblo mismo confió en el FMLN; concediéndole el beneficio de la duda y permitiéndoles llegar al Órgano Ejecutivo, para ver si eso contribuía a que ambos partidos mayoritarios se pusieran de acuerdo en una agenda común de país; que resolviera los problemas estructurales que impiden el desarrollo integral de la mayoría de familias salvadoreñas.  

Sin embargo, lo que estos escasos tres años han demostrado es que el pensamiento del FNLN no es al final un pensamiento democrático y de alternancia del poder, sino más bien un pensamiento donde predomina la intención autoritaria de mantenerse en el poder, haciendo uso de las libertades y debilidades de la institucionalidad democrática y siguiendo los mismos lineamientos y lecciones de otros gobiernos latinoamericanos, los cuales ya tienen más de diez años de estar gobernando y es esta realidad lo que no permite que la verdadera paz llegue al corazón de todos los salvadoreños.

El hecho que después de tanto tiempo, todavía se estén celebrando ceremonias de conmemoración separadas, es equivalente a que en una familia los padres se hallan divorciado cuando sus hijos estaban aún pequeños y luego volviéndose a casar, pues finalmente comprenden que hay que realizar sacrificios personales, en beneficio de sus propios hijos; cada aniversario de bodas lo celebran por separado, aún sabiendo que lo que más anhelan sus hijos, es verlos juntos.

Después de tanto tiempo, el escenario que aún vemos los salvadoreños es que el FMLN, a pesar de ser el partido en el gobierno y por tanto obligado a promover la unidad nacional, celebra los acuerdos por un lado y en contestación ARENA lo hace por otro; lo que contradice la esencia misma de dichos acuerdos y esto provocado por, prácticamente, las mismas personas que los firmaron.

Mientras cada “parte” sigue haciendo sus propias celebraciones, de todos es sabido la precaria situación en la que se encuentra la democracia de nuestro país, desprestigiada por acusaciones de compra de voluntades, asaltos a la institucionalidad y amenazada por influencias políticas de otros países; lo cual  definitivamente no era la intención de los acuerdos.  

De forma expectante y transitando por los alrededores de estas ceremonias, los salvadoreños se dirigen atareados a cumplir con sus obligaciones, pero seguramente pensando que lo que quisieran es poder decirle a los participantes: “en vez de solo estar celebrando, mejor cumplan con los Acuerdos y permitan que nuestro país se desarrolle hacia una democracia plena, realmente representativa y ajena a los intereses egoístas de cualquier partido político o grupo de personas; pues esta es la única forma de generar empleos estables y terminar con la delincuencia”.

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