¡Pobrecito mi país! dijo una madre salvadoreña hace
más de treinta años, el día en que la ley se no se cumplió y las personas que
secuestraron y mataron a su hijo salían libres por decisión de un jurado, que
en aquel entonces hizo a un lado las evidencias legales y mas bien dio su
veredicto por razones políticas.
Parecía que la tragedia sufrida por esta madre no
iba a traer consecuencias para el resto de salvadoreños y fue así como nuestro
país continuó su curso asumiendo que el que no se cumpliera la ley, en ese
entonces, solo iba a afectar a la familia involucrada y los supuestos
implicados. La historia nos
demuestra lo contrario y sí hubieron consecuencias para todos los salvadoreños
y bastantes graves, pues esto es lo que ocurre cada vez que la ley no se cumple;
en cualquier nivel de una sociedad.
Para comprenderlo mejor con ejemplos más cotidianos,
esto lo podemos percibir por ejemplo, en las consecuencias de no cumplir la
leyes del tráfico vehicular y como su consecuencia es que esto le ha costado la
vida a miles de personas. Lo mismo
es cuando alguien no paga sus impuestos y todos los salvadoreños sufrimos la
consecuencia, pues esto hace que existan escuelas y hospitales que se dejan de construir.
“La ley es la ley” se les refuerza, desde niños, a
todos los ciudadanos de los países que alcanzan el desarrollo. Todos aprenden en sus escuelas que: “la
ley se respeta y quebrantarla trae consecuencias tanto para el que las
incumple, como para toda la sociedad”.
Algunos de estos niños (supuestamente los más calificados) llegan luego
a ser diputados y presidentes de sus respectivos países y desde el momento en
que toman posesión de un cargo público saben que si incumplen la ley, la
consecuencia personal es que van a perder su cargo, por alto que este sea y las
consecuencias para su país van a ser de mucho mayor trascendencia; puesto que
son dirigentes de la misma sociedad a que pertenecen. Esto ocurrió en el sonado caso del
presidente Nixon de los Estados Unidos y por lo cual el mismo presidente prefirió
renunciar a su cargo, antes que someter a su país a un juicio legal, sobre si
en realidad “había o no quebrantado la ley”.
¡Pobrecito mi país! debemos expresar todos los
salvadoreños ante los acontecimientos de los últimos meses, referente al
cuestionamiento de las resoluciones emitidas por la Sala de lo
Constitucional. A estas alturas,
sobran los argumentos de las más importantes instituciones, universidades y respetables
personalidades que se han pronunciado a favor que los fallos deben acatarse,
pues son “definitivos e inapelables”.
Solo unos pocos dirigentes políticos sostienen lo contrario.
A raíz de estas abrumadores declaraciones, resulta
nada más que obvio que la única solución que compete ahora es que las máximas
dirigencias de “todos” los partidos políticos antepongan sus propios intereses
a los de la nación, pues todos salen implicados en el incumplimiento de la ley en
uno u otro momento y que se decidan por rescatar los valores que se les debió haber
reforzado desde niños y pensando en las consecuencias que sus comportamientos
están teniendo en la vida presente y futura de todos las salvadoreños, se decidan
a “cumplir la ley”.
Lo más importante no es nombrar a las nuevas
vacantes de magistrados, por urgente que esto sea, sino dejar claramente
establecido que las resoluciones de la Sala de lo Constitucional son “obligatorias
e inapelables”, puesto que así lo establece nuestra Constitución de la República y “la ley es la ley”, nos
guste o no nos guste.
"Amar a Dios es don de Dios"
ResponderEliminarSan Agustín,