Su nombre es Alfonso, casi no se recuerda de su padre pues cuando él tenía cuatro años, él se tuvo que ir a trabajar a los Estados Unidos, ya que no encontraba trabajo y no le quedó otra alternativa que emigrar y probar suerte; “a ver si alcanzaba pasar la frontera”. Su padre era “bien buena gente… era carpintero”.
De su madre tampoco se acuerda mucho, de cuando era pequeño, pues la veía muy poco durante el día. Ella salía “tempranito” a trabajar, le parece que a una maquila y aunque terminaba de trabajar a las 6:00 de la tarde, llegaba de regreso a la casa como a las 8:00 de la noche; la mayor parte de las veces cuando él ya estaba dormido. A veces llegaba mas tarde, pues algunas veces trabajaba horas extra y además, también dependía de la facilidad de encontrar espacio en el bus. Se acuerda que siempre llegaba cansada, pues de vez en cuando los asientos del bus estaban ocupados y le tocaba venirse de pié todo el trayecto.
Creció bajo el cuidado de su abuelita, pero la verdad es que se sentía tan solo, que la mayor parte del tiempo lo pasaba en la calle, en el vecindario; en la iglesia, pidiendo limosna; con sus amigos, jugando. Luego llegó la edad de ir a la escuela, pero el profesor muy raras veces llegaba. La mayor parte de los días se enfermaba o llegaba tarde, especialmente los lunes y viernes. Mientras tanto, él y sus amigos se pasaban el tiempo jugando de guerra, con pistolas y ametralladoras de madera; luego, al salir de la escuela, se reunían en la calle a jugar cartas y apostar “fichas”.
Un día se le acercó un amigo mayor y le dijo que si quería pertenecer a su “grupo”, que ahí la pasaban bien “chivo” y se podía hacer de un dinerito, de vez en cuando, para ayudarle a su mamá. Alfonso aceptó, pues de todas maneras no tenía nada que hacer en la casa, su abuelita lo único que hacía era “lavar, planchar o cocinar”. Tenía trece años, cuando le hicieron esa invitación.
Muy pronto aprendió a recoger dinero de extorsiones, asaltar personas y negocios, robar, extorsionar y como le iba “tan bien”, llegó un momento que consideró que ir a la escuela era “perder el tiempo” y dejó de ir. Su mamá y su abuelita creían que iba a la escuela, pero en realidad él se las “rebuscaba” y lo que hacía era estar con sus “cheros”.
En una redada de la policía, a Alfonso lo agarraron preso. Le dieron ocho años de prisión. Ahí vivió sus próximos ocho años, conviviendo en una celda bastante pequeña, con dieciséis compañeros más, en el mismo cuarto y sin baño. Los compañeros de su celda se volvieron sus mejores amigos. A su papá solo lo volvió a ver una vez mas durante esos ocho años y el único contacto con el mundo exterior era su mamá y su hermana; que lo llegaban a ver “por un par de horas”, ciertos fines de semana. Casi no veía el sol, pues solo se veían “paredes de concreto” y “garitas de guardias”. Ya casi se le ha olvidado como es una puesta de sol.
Hoy, a sus 21 años, Alfonso cumplió su condena y tiene que regresar a “casa”.
Nos pregunta a todos los salvadoreños, por igual… desconsolado: ¿Y ahora, que es lo que se supone que tengo que hacer para ganarme la vida, si no tengo educación, ni he aprendido ningún oficio y mis dos padres ya han tenido que irse a los Estados Unidos?
Ante esta realidad tan triste, que es la de la mayoría de nuestra juventud, fruto de una generación en la cual la mayoría de los padres de familia tuvieron que emigrar de su país o su hogar, en busca del sustento diario y a los cuales ya se les está por cumplir sus condenas; lo menos que debemos plantearnos como país es: ¿Qué es lo que podemos hacer para que la historia de Alfonso no se siga repitiendo? y de alguna manera encontrar la forma para que, mientras se enfrenta el problema actual de la violencia; que en el futuro, el tiempo que un recluso pasa en un penal lo pueda aprovechar no solamente para que pueda tener la oportunidad de adquirir un oficio y/o terminar la escuela; sino que su estadía sea auto-financiada, produciendo algún bien o servicio y en vez de que sea un “costo para el Estado”, que los detenidos se vuelvan una fuente de producción; para producir recursos, en reparación a la misma sociedad que han perjudicado.
Una forma de realizar lo anterior es la de desarrollar “granjas penales”, como ya se hace en otros países y las cuales tienen el suficiente espacio e instalaciones y tierra laborable suficiente, como para que los detenidos puedan aprender a “trabajar la tierra”; que es algo tan necesario para esta “generación tecnológica” de la juventud actual, a la vez que estarían produciendo productos agrícolas y por tanto todo el proyecto se volvería autofinanciable.
De todos es sabido que nuestros penales ya se encuentran sobresaturados, a niveles prácticamente infrahumanos, luego la construcción de nuevos es ya una necesidad imperiosa.
Pensando en la historia de Alfonso, deberíamos no solamente apresurar la construcción de dichos recintos, sino implementar este nuevo concepto de “granjas penales”, las cuales pudieran idealmente construirse en alguna isla del “Golfo de Fonseca” que pudiera habilitarse con este fin; con el propósito que sus muros de contención sean la naturaleza misma y los “Alfonsos” de ese momento, puedan tener aunque sea el placer de ver una “puesta de sol”; para aumentar en alguna medida su amor a la grandeza de la naturaleza, lo cual muchos de los que no estamos restringidos en nuestra libertad, también ya hemos olvidado.
Al construir estas “granjas penales”, lo que estaríamos logrando no es solo la descongestión de los actuales centros penales, sino que además estaríamos logrando que al regresar a su libertad, los reclusos sean ciudadanos completamente renovados y reincorporados a la sociedad productiva y por tanto con menos tendencia a reincidir.
P.D. Querido Alfonso, seas re-bienvenido a nuestro sociedad salvadoreña y espero que todos los salvadoreños podamos contribuir, en lo que nos corresponde, para que tú también puedas tener las mismas oportunidades que a nosotros nos dio nuestro querido país; que también es el mismo que el tuyo.
"Hoy en día la familia necesita una fuente de inyección de amor. Debemos llevar a la familia, a todas las familias que encontremos, a tomar esta determinación: reavivar el amor que es inherente a toda familia con ese amor que es puro don de Dios. En otra palabras, que el amor haga reverdecer el amor".
ResponderEliminarChiara Lubich